En 1992, un año después Nirvana había encabezado la lista Billboard de EE. UU. con No importahabía presión para lograr otro éxito comercial.
Su segundo álbum vendía unas 300.000 copias a la semana, había sido nominado a un Grammy y generó un sencillo ineludiblemente popular (en Smells Like Teen Spirit), y los tres miembros de la banda: Kurt Cobain, Krist Novoselic y Dave Grohl – se habían convertido en grandes celebridades. El trío había pasado de ser los portavoces de los desvalidos de Seattle a la banda favorita de, en palabras del propio Cobain, “deportistas, racistas y homófobos” – y él estaba devastado.
En una entrevista de 1993, destrozó el álbum: “Nunca escucho Nevermind. No lo he escuchado desde que lo sacamos… No soporto ese tipo de producción y no escucho bandas que sí tienen ese tipo de producción, por muy buenas que sean sus canciones”.
Predijo que el sello discográfico de la banda, Geffen, “querría otro Nevermind, pero prefiero morir antes que hacer eso”. Ese mismo año, Nirvana lanzó In Utero, que cumple 30 años esta semana, el más oscuro y emocionalmente abrasador de sus tres álbumes, y solo cinco meses después, Cobain se suicidó.
Originalmente tenía la intención de llamar al álbum I Hate Myself and Want to Die, pero Cobain era consciente desde el principio de que los grandes jefes discográficos no estarían contentos con la dirección que estaba tomando el disco: era más desordenado, más ruidoso, más sucio que su predecesor.
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