Como nació en una barraca del barrio barcelonés de Somorrostro, en una familia gitana pobre en la que no había costumbre de inscribir ni bautizar a los niños, no se sabe bien si fue en 1913, 1918 o 1922, que todos esos años, y alguno más, se barajan como fecha probable. La familia Amaya Amaya tuvo once hijos, de los cuales todos los que sobrevivieron se dedicaron al flamenco. Una ficha del Consulado de Brasil, de 1950, indica que Carmen nació en 1922, pero, según sus biógrafos, los padrones de la capital indican que nació en 1918. “Lo importante es que nació y que estuvo en el mundo”, decía La Chana, bailaora gitana como ella. [2]
Eran una familia flamenca gitana de Barcelona, pero entendieron que convenía más a su imagen un pedigrí granadino y así lo pregonaron, como si hubieran nacido en las Cuevas del Sacromonte y fueran descendientes del patriarca gitano Chorrojumo. [3]
Un torbellino desde pequeña
Hija del guitarrista El Chino, que tocaba por las tabernas buscándose la vida, aquella gitanilla negruzca y flaca comenzó a cantar y a bailar con cuatro años, acompañando a su padre. “La capitana”, como le llamaron, se decantaría por el baile, pero también se defendía bien cantando.
Pisó por primera vez un tablao en 1924. Apuntaba maneras y temperamento en cualquier actividad y un empresario avispado la llevó al Teatro Español de la ciudad condal, quizás no contando más de once o doce años. En Madrid actuó por primera vez con figuras como Raquel Meller, Conchita Piquer y Miguel de Molina. En 1929 ya se hablaba de su figura en la Exposición Internacional de Barcelona. “Carmencita permanece impasible, hierática y altiva, con indecible nobleza racial. De pronto, un brinco. Alma pura. El sentimiento hecho carne”, la ensalzó la prensa.
El maestro Vicente Escudero pronosticó que haría una revolución, porque su baile flamenco sintetizaba el estilo de bailaora antigua y el trepidante del bailaor con los pies. No se equivocó, porque en su baile encontraremos la visceralidad, el temperamento, la mayor pureza, un canon del baile flamenco. [4]
Su consagración en España
De Barcelona a París, donde actuó con el cuadro flamenco de su familia entre 1933 y 1934. Allí bailó en un espectáculo de Raquel Meller, pero ésta y la tía de Carmen, ambas con fuerte carácter, acabaron a tortazos. El director de cine Benito Perojo le filmó una secuencia con su familia para su película La bodega.
Su consagración a nivel nacional se produciría en 1935, año en que participó con un pequeño papel en la película La hija de Juan Simón, con Angelillo y Pilar Muñoz como protagonistas. [5]
Este película, tan criticada en su momento como “españolada”, necesitó de una publicidad para defenderse de semejante acusación, unas tiras publicitarias donde se afirmaba que La hija de Juan Simón no es la españolada hecha en España, sino el espíritu del más recio folclore y el grito de una copla española; no es la pandereta y el toreador; no es cante jondo en pantalla, sino el más puro sentido poemático del cante jondo…”. [6]
Después intervino en María de la O, junto a Imperio Argentina, Concha Piquer y Canalejas. En su crítica, el Diario de Huelva afirmaba que el cine español se ponía con esta película a la altura del cine extranjero, por el esmero con que fue realizada. [7]
Nuevos tiempos para el flamenco
La revista Crónica exponía, en un largo artículo de Juan G. Olmedilla, lo que venían a significar los artistas flamencos en aquellos tiempos en que se habían superado ciertos prejuicios y el arte andaluz era considerado sin las mochilas de tiempos pasados, que ya quedaban lejanos: el público lo apreciaba y surgían artistas nuevos de indudable interés. [8]
Aquella gitana era una bailaora que “meterá mucho ruío. Carmen Amaya, cañí de pura sangre, nacida en la cueva granadina de la vieja dinastía de los Amaya. Niña prodigio en París… ¿Retoñará en esta chiquilla de diez y ocho años el estilo flamenco de Pastora Imperio?”, se preguntaba el articulista. “Ahora no le falta más que vivir para hacerse, aunque sea deshaciéndose. A Carmen le ayudará a encontrar la veta de oro puro de su arte una lucecilla que ya se transparenta en el fanal de sus entrañas gitanas: el candil de su instinto”. ¡Y vaya que sí lo encontró!
(Continuará)
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