TBILISI, Georgia — Anita Rachvelishvili estaba embarazada cuando comenzó a perder la voz. Era mediados del 2021. Ella y su esposo tenían años intentando concebir, y parecía que un hijo sería un final de cuento de hadas a verse obligados a reducir el ritmo durante la pandemia.
Rachvelishvili, la mezzosoprano georgiana, había pasado la década anterior recorriendo el mundo, interpretando algunas de las partes más difíciles de la ópera con una potente combinación de sonido espacioso y sutileza interpretativa. En el 2018, Riccardo Muti, el destacado director de orquesta de Verdi, la llamó “indudablemente la mejor mezzosoprano de Verdi del planeta en la actualidad”. Peter Gelb, director general de la Ópera Metropolitana de Nueva York, dijo recientemente: “Era la máxima mezzosoprano dramática existente”.
Rachvelishvili cantó cientos de veces Carmen, su papel revelación del 2009, y estaba previsto que le diera la bienvenida al 2024 como la clásica antiheroína de Bizet en el llamativo estreno de una nueva producción en el Met. En lugar de ello, pasó la víspera de Año Nuevo en Tbilisi, intentando reconstruir los fundamentos de su voz.
“Es una pesadilla, una pesadilla total”, dijo.
El embarazo rara vez es fácil para las cantantes de ópera, que dependen de un aparato físico cuidadosamente calibrado para producir enormes ondas de sonido no amplificado. Rachvelishvili, de 39 años, no se había sentido del todo bien en las pocas presentaciones que hizo durante el embarazo —su voz, dijo, sonaba “rasposa y extraña”— pero supuso que las cosas volverían a la normalidad después del alumbramiento.
Dio a luz a su hija, Lileana, a fines de noviembre del 2021, y algo aún se sentía diferente, aunque el registro bajo de su voz era, en todo caso, más grande que antes. Pensó que podría manejar el papel de Marfa en “Khovanshchina” de Mussorgsky, que ensayaría en París un mes después —meses más pronto de lo que regresan muchas cantantes tras dar a luz.
“Fue la peor decisión de mi vida”, dijo, sentada junto a Otari Maisuradze, su marido, quien se convirtió en su entrenador vocal durante su crisis. Rachvelishvili describió cómo regresar de prisa al escenario había ayudado a desencadenar una danza agonizante de un paso adelante y dos pasos atrás.
Una voz es una amalgama de cuerpo y psique —de cuerdas vocales diminutas y vibrantes; músculos que sostienen la respiración; cavidades a través de las cuales resuena el sonido; y la confianza en uno mismo para desplegarlo todo sin temor. Los problemas son inevitables.
“Todo cantante pasa por ese miedo a las notas altas o no sentirse realmente cómodo con su voz”, dijo Rachvelishvili.
Aunque llegó tarde a la ópera, tenía un talento natural. “Canté Carmen durante tantos años porque yo no tenía notas altas fáciles”, dijo. “Me tomé tiempo para aprender cómo hacer esas notas para que el cuerpo supiera lo que estaba haciendo”. Esas notas se hicieron más fuertes y su futuro parecía ilimitado.
En el pasado, el soporte muscular de Rachvelishvili había originado en la pelvis, pero eso se vio trastornado por el embarazo y el parto. Mientras buscaba un nuevo enfoque, su aparición en “Adriana Lecouvreur” en el Teatro alla Scala de Milán a principios del 2022 fue desastrosa. Las notas altas de la princesa se negaron a llegar. En el estreno, huyó del teatro antes de su ovación final. Canceló el resto de las funciones.
Un médico vio inflamación en sus cuerdas vocales; podría haber sido alergias, reflujo, un desequilibrio hormonal o laringitis, o alguna combinación de esos factores. Incapaz de producir notas altas u ofrecer el elegante control de volumen y textura por el que era admirada, comenzó a perder la fe en sí misma.
“Le dije a mi terapeuta que si no fuera por la bebé me suicidaría”, recordó. “Tengo una bebé que cuidar”.
A principios del otoño del 2022, pudo cantar de manera digna de crédito la generalmente baja Dalila en “Samson et Dalila” de Saint-Saëns en Nápoles. Llegó al Met para cantar “Aida” en diciembre. Rachvelishvili pensó que la primera presentación fue aceptable, pero la compañía discrepó.
“Era obvio que ella no era la misma cantante —al menos temporalmente no la misma cantante— que había conquistado nuestro escenario de manera tan brillante hasta ese momento”, dijo Gelb, y decidió sacarla de la siguiente “Carmen” y un recital como solista.
El año pasado, se sometió a cirugías menores por problemas estomacales y para disminuir los efectos del reflujo ácido, y a otro procedimiento para extirpar lo que, dijo, era un pequeño pólipo en sus cuerdas vocales. Desde entonces ha estado en casa, en Tbilisi. Lileana, dijo, “lo vale todo. Incluso vale no volver a cantar”.
Pero todavía espera poder tener ambas cosas. Rachvelishvili y Maisuradze han estado revisando su instrumento y técnica, repasando partituras frase por frase y volviendo a unir sus diferentes registros. Sobre su alto registro, dijo el mes pasado: “Honestamente, no es tan perfecto como quisiera o como lo tenía hace unos años. Pero es mucho más fácil; allí está”.
Muti se mostró optimista.
“Es joven, así que volverá. Estamos esperando con gran entusiasmo”, dijo.
Por: ZACHARY WOOLFE
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