La cobertura mediática del caso de Daniel Sancho y Edwin Arrieta está levantando ampollas. Unas por lo apabullante del dispositivo informativo y otras por la odiosa comparación con sucesos anteriores similares que no recibieron ni la décima parte de atención. Pero en esta ocasión se juntan dos elementos tan específicos como potentes: la habitual sequía informativa de agosto y el hecho de que Sancho resulte atractivísimo para los medios.
El surfero de los cuchillos es terreno por explorar, aunque esté entre rejas y a miles de kilómetros. Daniel es hijo de un actor conocido pero apenas expuesto y nieto de una estrella con el halo de los ídolos de antaño. Ambos, padre y abuelo, tienen una potente presencia en la memoria nostálgica, cada uno gracias a una serie que marcó a una generación. Puede que Daniel Sancho sea el caso más perfecto de persona que estaba esperando a ser famosa. Quién nos iba a decir que sería así. Hay asesinos famosos, famosos asesinos y desgraciados que logran las dos condiciones al mismo tiempo.
Escuchando el otro día un podcast sobre la figura de RuPaul, pegué un respingo cuando uno de los invitados mencionó a Michael Alig. Fallecido en 2020 a los 54 años, Alig se hizo famoso en los años 90 dos veces: primero como rey de la noche de Manhattan y después como asesino y descuartizador de André “Angel” Meléndez. La víctima era uno de aquellos famosos Club Kids neoyorquinos que tenían a Alig como su líder. Éste pasó en la cárcel más de tres lustros. A su salida en 2014, lo primero que reclamó fue su condición de celebrity. El descuartizamiento de Angel en 1996 y el consiguiente final de los Club Kids, los auténticos niños perdidos del Peter Pan más siniestro, son dos de los acontecimientos con los que los cronistas de la ciudad de los rascacielos marcan el cambio de siglo, junto con la alcaldía de Giuliani y los ataques del 11-S. Los atentados contra el World Trace Center serían la brecha definitiva entre el siglo XX y el XXI, la sima terrible que separa el Old New York y el New New York.
La figura de Michael Alig está rodeada de tabúes y precauciones. Como rey de la noche que era, con frecuencia se rodeaba de personas famosas. Por suerte para ellas, los 90 fueron los últimos años sin fotos y vídeos en todos los sitios y a todas horas. Apenas había teléfonos móviles entonces y que éstos contaran con cámaras era una idea de ciencia ficción. Así que, menos los miembros del círculo más cercano a Alig que siguen en activo (la performer Amanda Lepore, el maquillador Kabuki…), es raro que alguien mencione su nombre sin que se lo pidan.
Sí lo hace la mítica drag Lady Bunny cuando rememora los años neoyorquinos que vivió con RuPaul, antes de convertirse ella en leyenda y Ru en leyenda multimillonaria. Cuenta también Lady Bunny que RuPaul siempre se presentó a sí misma (nota: RuPaul Andre Charles se siente cómodo con cualquier pronombre) como una superestrella y que esa increíble confianza y determinación fue un factor determinante para su éxito posterior. Ru reinó en la antigua Nueva York y reinaría ahora en la nueva si quisiera. Está tan más allá del bien y del mal que es muy probable que él sí cuente cosas de Michael Alig si le preguntas.
Y ahora no se me asusten, que viene una curva peligrosa.
Poco después de saltar la noticia del asesinato de Edwin Arrieta, los magazines televisivos se volvieron locos con el tema. Se desplazaron enviados especiales a Tailandia y hasta se conectó en directo con la hamburguesería madrileña en la que Sancho había trabajado como cocinero. Pero quizá lo más marciano fue la presencia en uno de esos platós de Alejandra Rubio, hija de Terelu, nieta de Teresa, ejerciendo de amiga de un amigo del asesino.
La nietísima, habitual de los programas de Telecinco, intervenía en primera persona y, que sepamos, de buen grado. Cobrando mucho, imagino, porque si no la única explicación que le veo a querer acercarse al monstruo es un hambre de fama que ni Nicole Kidman en Todo por un sueño. Siempre he pensado que gente como Alejandra Rubio sólo puede tener dos relaciones posibles con la película de Gus Van Sant: o no la han visto nunca o la consideran su biblia vital.
Ser famoso por encima de todo. Morir por la fama, como sugiere el título original de la peli: To die for. No me extrañaría que Alejandra Rubio lleve presentándose a los demás como superestrella desde los cuatro años. Determinación no le falta. Citando a los clásicos “Yo no tengo estudios ni soy instruida, yo estoy licenciada por la escuela de la vida”. Y de la muerte, añado yo.
Conforme a los criterios de
The Trust Project
‘ Este Articulo puede contener información publicada por terceros, algunos detalles de este articulo fueron extraídos de la siguiente fuente: amp.elmundo.es ’