A última hora de la tarde del martes, Thomas Dutronc anunció la triste noticia del fallecimiento de su madre, Françoise Hardy, a los 80 años. A la cantante e icono del yé-yé se le había diagnosticado un cáncer de faringe en 2019 y ya había tenido que luchar contra un linfoma en 2004.
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Hace unos días, entrevistado por RTL, el cantante, hijo del no menos legendario Jacques Dutronc, no ocultaba su preocupación: “Mi mamá está mal de salud, y la gente lo sabe. No va a mejorar con el tiempo, obviamente. Es muy emotivo. No va a estar ahí todo el tiempo. Pero nos hablamos, nos vemos, y estamos intentando prepararnos psicológicamente para su marcha”. “
En la clasificación del año pasado de los 200 mejores cantantes de todos los tiempos, la revista estadounidense Rolling Stone eligió a una única artista para representar a Francia: Françoise Hardy. Prueba, por si hiciera falta, de la influencia de la cantante, que se labró su propio camino, inspirando a los grandes como David Bowie, Bob Dylan y Mick Jagger. Su voz melancólica (“Yes, but I’m going through the streets alone, my soul in pain/Yes, but I’m going through the streets alone, because nobody loves me”) y su figura destacaban entre la energía de los sesenta. “Toda mi vida he buscado melodías hermosas. Escucharlas me pone en el séptimo cielo”, declaró a AFP en 2018. Los temas melódicos más bellos son siempre melancólicos o románticos”.
Si su música ha traspasado décadas (aún tarareamos Tous les garçons et les filles o Comment te dire adieu), también lo ha hecho su estilo. Sin embargo, la cantante nos confió las dudas sobre sí misma en 2018: “La moda eran las curvas, los vestidos con escotes de guinga rosa que Brigitte Bardot llevaba con una gracia infinita. A mí me daba risa. Sylvie [Vartan] y Sheila también eran huesudas, pero menos que yo. Probablemente porque fuimos concebidas durante la Ocupación. Mi abuela, una mujer particularmente neurótica, me había metido en la cabeza que yo era más fea que la media. Mi suerte fue que acabé encajando con las líneas más elegantes de los nuevos diseñadores. Todavía me veo en Sciences Po con mi pequeño impermeable de popelina azul cielo y mis feos zapatos amarillos… ¿Te lo imaginas? ¿En ese entorno? Me di cuenta por primera vez de la brecha entre las clases sociales. Me escapé al cabo de un mes. […] Después, cuando empecé, una modista me puso un vestido de crepé transparente. Horrible, con mis brazos delgados y mi metro setenta y dos, que se salía de la norma para una chica de la época… Dicho esto, mi madre medía 1,78. Ella no lo decía. Se avergonzaba de ello. Yo también me avergonzaba de dónde venía, me avergonzaba de no tener un padre en casa, me avergonzaba de mi cuerpo… Incluso hoy me cuesta quitarme el abrigo; lo llevo puesto para protegerme”.
Artículo publicado en Vanity Fair Francia y traducido. Acceda al original aquí.
Un homenaje en fotos a Françoise Hardy:
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