“¿Me acompañas al baño para hacernos una foto?”.
Desde hace 45 años la pregunta es siempre la misma. Vasco Szinetar, que suma tres cuartos de siglo y una vida entre muchas culturas y no siempre de exilio, no sabe lo que es sentirse intimidado. Da igual si tiene delante a un premiado escritor, a un respetable filósofo o a un prestigioso cineasta o músico. Sin conocerlo, él se dirige al humano escondido detrás del dios para lanzarle la pregunta con desparpajo. ¡Y le dicen que sí!
Este fotógrafo venezolano y de origen judío (que estos días presenta en Madrid la exposición Cuerpo de exilio) se ha retratado frente al espejo con “2.000 personalidades de la cultura” en cuatro décadas. Jorge Luis Borges, Emil Cioran, Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa, Carmen Martín Gaite, Fernando Aramburu, Antonio Muñoz Molina, Fito Páez, Álvaro Mutis, Gay Talese, Fernando Botero y Salman Rushdie son algunos de los eternizados por Vasco —y junto a Vasco—.
A sus 75 años, aún conserva su osadía juvenil. Esa con la que hizo esperar al mismísimo Chaplin en 1974. “Estaba en Londres, cerca del hotel Savoy… De repente, veo que entra una limusina con Charles Chaplin. Voy detrás, espero a que salga y le pido un autógrafo”, con la mala suerte de que el bolígrafo no tenía tinta. “¡Imagínate! Entonces, le digo ‘¿me puedes esperar un momento? Voy a la recepción a buscar un bolígrafo’. Fui y volví. ¡Me esperó!”. ¿Y la foto con Charlot frente al espejo? “Todavía no había comenzado la serie, si no me lo hubiera llevado, pero rapidito. Ahorita no hay nadie que se salve”. Por cierto, Geraldine Chaplin, hija del cineasta, no se salvó del selfi en el espejo 30 años después.
Parte del equipo de Crónica aprovecha el viaje del fotógrafo a Madrid, a propósito de su exposición en el Centro Sefarad-Israel, para entrevistarlo y tener un autorretrato con él. La cita es un jueves a las 14 horas. Primero llega la reportera que escribe estas líneas. Con 30 minutos de ventaja, decide hacer tiempo en un bar de la misma calle. Cuando faltan 15 minutos para el encuentro, entran un hombre y una mujer. Se sientan en la barra, al lado de la reportera, piden dos cervezas y él le dice a la camarera: “Disculpa, ¿dónde está el baño?” con inconfundible acento venezolano. La periodista identifica al artista que entrevistará minutos después. “¿Será que va a hacerse una foto frente al espejo?”, cavila.
Ella decide que cuando él regrese del servicio se presentará, pero se irá para dejar que disfrute de su bebida, pues el lugar y la hora acordados eran otros. Pero, tras el saludo, Vasco despliega su simpatía, impide la marcha de la periodista y la invita a tomar asiento. Su don para relacionarse con las personas aflora en el primer minuto de conversación. La pregunta “¿cómo una estrella acepta hacerse una foto en el baño con él?” pasa a ser “¿quién se atrevería a decirle que no?”. Lo primero que hace es introducir a la mujer que lo acompaña. “Ella es Kataliñ, mi esposa. Es una gran artista”. Se deshace en halagos hacia ella mientras resume su trayectoria profesional. “Trabajamos mucho juntos. Ella es periodista, pero ha desarrollado su vida como diseñadora de arte”.
Lo siguiente ya es hablar de fotos y espejos. Era 1979 cuando Vasco capturó a la primera persona frente a uno en Nueva York. No era famosa. “Estaba enamorado de una bellísima fotógrafa y saliendo de un restaurante le hice una fotografía en el espejo. Sabía que nos íbamos a despedir, y yo quería llevarme una parte de ella». Aquella imagen “interesante” se convirtió en su “obsesión” (la forma de retratar, no la chica). Vasco es, además, poeta y estudió cine en Polonia y Reino Unido. Nació en Caracas el 7 de diciembre de 1948. “Vengo de una familia en Venezuela muy vinculada a la cultura y a la política. Mi abuelo José Rafael Gabaldón fue el último caudillo que tuvo el país en los años 20. Mi tío Arnoldo Gabaldón fue el pionero de la malariología, de la malaria…”.
Su padre era un judío comunista, que se casó con la hija de un caudillo. De su propia vida amorosa habla con simpática sinceridad. “Yo he ido de mal en peor. Me casé en primeras nupcias con una aragonesa y vine con ella para acá… Afortunadamente, a los seis años me dejó, cosa que agradezco muchísimo. Sufrí como un perro, terrible. Me casé con mi esposa actual, que es una maravilla. ¡Coño! Me quiere, imagínate. Es vasca”. Juntos tienen dos hijos de 27 y 29 años, “que, desgraciadamente, los estuve tratando de llevar al mundo de las finanzas, pero no se pudo. Entonces, son músicos sinfónicos… Tengo una familia de artistas, ¡horrible!“, cuenta bromeando.
El poeta ha vivido en distintas ciudades. En ocasiones, obligado. En 2009 emigró a Bogotá ante las amenazas del ex presidente Hugo Chávez. Allí vivió lejos de su familia durante dos años. En esa época comenzó la serie fotográfica que hoy expone en Madrid hasta el 13 de agosto. “Veo venezolanos por todas partes. Es como una herida, es terrible. Uno debería estar en su país, viajar y volver”, expresa.
En un centenar de fotografías expuestas en el Centro Sefarad-Israel, Vasco comparte sus nociones de exilio, cuerpo y diáspora. Son el resultado de los viajes que el artista se vio forzado a emprender, fijando la mirada en tres ciudades: Bogotá, Berlín y Madrid. En la exposición, comisariada por el escritor venezolano Juan Carlos Chirinos, varios versos del lado poético de Vasco acompañan una muestra en la que el exilio, como en su propia vida, no es ajeno, ya que también es descendiente de judíos de Europa del este emigrados a Venezuela.
Actualmente Vasco reside en Caracas y, a pesar de tantos viajes, no ha perdido su esencia venezolana. En sus anécdotas no faltan frases en las que sobresalen sus raíces. “Todos eran mis panas [amigos]”, “¡Qué chévere! [¡qué guay!]”, “Quedó arrechísimo [quedó muy bien hecho]”. Antaño, los famosos frecuentaban la ciudad natal de Vasco, pero en los últimos años ha sido él quien ha ido en busca de las estrellas. El escritor Antonio Muñoz Molina, por ejemplo, fue retratado en Madrid hace pocos días.
EXPERTO EN TRATAR CON LOS EGOS
Desde siempre, Vasco ha sentido admiración por los escritores. La primera gran figura de las letras en ser atrapada entre el espejo y la cámara del venezolano fue Jorge Luis Borges. Caracas, año 1982. Detalla cómo fue su modus operandi. “Seduje a María Kodama —esposa del escritor—, le hice una sesión de retratos mientras Borges hablaba con un grupo de gente. Después la convencí para que ella me llevara a Borges al baño”.
¿Cuál es su estrategia de persuasión? Ni el propio Vasco lo sabe. “El tema es que yo no me acuerdo, porque entro en un trance. Cuando estoy frente a un personaje me convierto en un performance, les digo unas cosas y ellos terminan yendo a donde yo quiera llevarlos”. El proceso de seducción varía según el personaje. “Es como el amor. Tú no puedes hacer una cosa si no haces otras cosas antes… En frío no puedes hacer nada, tienes que calentar la máquina”. Todo su ser se concentra en conseguir el “sí”. “Trabajo el cuerpo, la palabra, la gestualidad… Es toda una puesta en escena que se adapta a cada persona”, explica.
Es como el amor. Tú no puedes hacer una cosa si no haces otras cosas antes… En frío no puedes hacer nada, tienes que calentar la máquina… Trabajo el cuerpo, la palabra, la gestualidad
Su foto con Borges le da un voto de confianza. “La presencia de Borges, que es uno de los personajes más enigmáticos, más particulares de la cultura mundial, un hombre medio ciego, que tiene como uno de sus temas fundamentales el espejo… Si a él lo llevo al espejo, en el que él no puede verse, yo digo ‘bueno, este es el proyecto de aquí hasta que me muera’“. Es que, claro, si logró el selfi con alguien que escribió que “los espejos tienen algo monstruoso” y que “los espejos y la cópula son abominables, porque multiplican el número de los hombres” (Tlön, Uqbar, Orbis Tertius, relato incluido en su libro Ficciones), ¿cómo no iba a convencer a los demás?
Con ese argumento se acercó a Salman Rushdie. Cartagena de Indias, 2009. Tras esquivar a sus guardaespaldas, le dijo: “Mira, yo te quiero hacer una foto como ésta”, mostrando su selfi con Borges, que lleva como una tarjeta postal. ‘Good idea!‘, le respondió el escritor, aceptando el juego.
Otros han sido más difíciles de persuadir. Fue el caso del escritor portugués Antonio Lobo Antunes. “Lo encontré en Colombia y él estaba de mal humor, no sé. No pude hacerle ningún retrato”. Pero más adelante coincidieron nuevamente en Guadalajara (México). “Un entrañable amigo, que ya no está con nosotros, Diego Pampín, que era director de Penguin Random House, me lo llevó al baño. Fue como un corderito y lo retraté”.
Las redes sociales han dotado a los selfis en el espejo más bien de una condición banal y poco profesional. Pero Vasco empezó a hacer esas fotos en otra época y con un sentido artístico. “El hombre siempre ha tenido la necesidad de autorretratarse. Eso no es nada nuevo… Lo nuevo es un artista que decide estructurar un discurso, una exploración y una investigación a partir del autorretrato frente al espejo. Pero no sólo eso, sino que incorpora a un personaje famoso, icónico, de la sociedad”.
un “espacio de intimidad desacralizado”
Ese discurso consiste en llevar a grandes representantes de la cultura a un baño. “Los llevo a una situación precaria. Los devuelvo a la adolescencia, a lo lúdico, al juego, y al final terminan encontrándose con ese niño que llevan en sí mismos; y no en el personaje en el que se han convertido, con poder, con presencia”. Por un instante, Vasco les quita su madurez y seriedad. De hecho, asegura que ni siquiera les pregunta sobre su última novela, sino sobre asuntos cotidianos para entrar en un “espacio de intimidad desacralizado”. A la vez que los devuelve a sus orígenes, el fotógrafo registra su vida. “Es un ejercicio de conocimiento personal a través del cual puedo observarme, ver cómo va pasando el tiempo en mí. Cambian, se reinventan o mueren los personajes, pero yo estoy desarrollando mi propio deterioro, mi propio camino hacia no se sabe dónde”.
Entre los españoles retratados con Vasco también están Vázquez Montalbán, Almudena Grandes, David Trueba, Joaquín Sabina, Álex Grijelmo, Fernando Aramburu, Joan Manuel Serrat, Juan Luis Cebrián, Sergio del Molino y Felipe González. Este último no frente al espejo, sino en otra serie llamada Cheek to Cheek (Mejilla con mejilla), “es más fácil que llevárselos al baño”, reconoce el artista.
Algunos han repetido foto con Vasco, “para que ellos también vean su deterioro”. Uno de ellos es Fernando Savater. “Cada vez que me ve dice: ‘Vamos a tomarnos la foto'”, recuerda entre carcajadas. Emil Cioran, otro gran pensador, le escribió una carta de agradecimiento en la que se lee: “¡Abajo el espejo! Al no tener fondo ni límites, éste nos revela lo que de más íntimo y lejano hay en nosotros: nuestros terribles secretos, nuestras ocultas demencias”.
Tengo un sentido de la responsabilidad como comunicador: no juzgar, retratar a quien sea. Yo no soy un moralista. No tengo que castigar a nadie.
Aún le quedan muchos personajes por retratar. Sueña con fotografiarse delante del espejo con figuras como Meryl Streep o Woody Allen. ¿Hay alguien a quien no retrataría jamás? “En eso tengo un sentido de la responsabilidad como comunicador: no juzgar, retratar a quien sea. Yo no soy un moralista. No tengo que castigar a nadie. Yo no vine aquí a juzgar, vine a dar testimonio”, asevera.
Es el trabajo de un hombre que no se amilana ante el ego propiciado por el éxito. “Desde chiquito, estoy viendo hacia arriba, a la gente grande e importante. Al final descubrimos que todos somos más sencillos de lo que aparentamos, que el ser humano se construye para defenderse socialmente, pero al final es tan afectuoso o iracundo como cualquiera. El trabajo es romper ese cerco, entrar en el otro y proponerle una fiesta“. El equipo de Crónica lo confirma: estar en el baño con Vasco y una cámara es una auténtica fiesta. Y, en palabras del poeta, la foto “quedó arrechísima”. Como él afirma, vino a “dar testimonio”.
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