David Lynch, pintor reconvertido en cineasta de vanguardia, cuya celebridad, influencia y singular visión distorsionada del mundo se extendieron mucho más allá de la pantalla de cine para abarcar la televisión, la música, los libros, los clubes nocturnos, una línea de café orgánico y su Fundación para la Educación Basada en la Conciencia y la Paz Mundial, ha muerto. Tenía 78 años.
Su familia anunció su muerte en redes sociales el jueves, pero no dio más detalles. En 2024, Lynch dijo que, tras haber desarrollado un enfisema después de años de fumar, cualquier película posterior tendría que ser dirigida a distancia.
Lynch era un visionario. Su estilo recargado y su perspectiva desconcertante se ven en su primer largometraje, la película de culto Eraserhead —traducida en partes de Hispanoamérica como Cabeza borradora—, estrenada a medianoche de 1977. Su enfoque se mantuvo constante en la fallida superproducción Dune (1984); su thriller erótico pueblerino Terciopelo azul (1986) y su derivado espiritual, la serie de televisión Twin Peaks, emitida por ABC en 1991 y 1992; su reconocida obra maestra Sueños, misterios y secretos (2001), una ofrenda venenosa a Hollywood, y su enigmático último largometraje, Imperio (2006), que él mismo rodó en video.
Al igual que Frank Capra y Franz Kafka, dos artistas muy dispares del siglo XX cuya obra Lynch admiraba mucho y podría decirse que sintetizó, su apellido se convirtió en un adjetivo.
Lo lynchiano “es a la vez fácil de reconocer y difícil de definir”, escribió Dennis Lim en su monografía David Lynch: El hombre de otro lugar. Realizadas por un hombre con una larga devoción por la técnica de la “meditación trascendental”, las películas de Lynch se caracterizaban por sus imágenes oníricas y su diseño de sonido meticuloso, así como por unas narraciones maniqueas que oponen una inocencia exagerada, incluso empalagosa, a una maldad depravada.
El estilo de Lynch se ha calificado a menudo de surrealista y, ciertamente, con sus yuxtaposiciones inquietantes, sus non sequiturs extravagantes y su desvarío erotizado de lo común, lo lynchiano tiene afinidades evidentes con el surrealismo clásico. Sin embargo, el surrealismo de Lynch era más intuitivo que programático. Si los surrealistas clásicos celebraban la irracionalidad y trataban de liberar lo fantástico en lo cotidiano, Lynch empleaba lo ordinario como escudo para protegerse de lo irracional.
La teatralidad de lo normal era evidente en la presentación personal de Lynch. Su estilo sartorial característico era una camisa de vestir sin corbata y abotonada hasta arriba. Durante años, cenó con regularidad en el restaurante de comida rápida Bob’s Big Boy de Los Ángeles y lo elogió efusivamente. Desconfiaba del lenguaje, considerándolo una limitación o incluso un obstáculo para su arte, y a menudo hablaba con lugares comunes. Al igual que las de Andy Warhol, las entrevistas de Lynch, a la vez lacónicas e ingeniosas, eran insulsamente reticentes.
Esta costumbre desconcertante llevó a Mel Brooks o a su socio, Stuart Cornfeld, que facilitaron el primer largometraje de Lynch en Hollywood, El hombre elefante (1981), a llamarlo “Jimmy Stewart de Marte”. Quizá como respuesta, Lynch optó por identificarse como “Eagle Scout, Missoula, Montana”.
La definición de su estilo
Primer hijo de Donald Lynch, investigador científico del Servicio Forestal del Departamento de Agricultura de Estados Unidos, y Edwina (Sundholm) Lynch, David Keith Lynch nació el 20 de enero de 1946 en Missoula, pero solo vivió allí por poco tiempo. La familia se trasladó a Boise, Idaho, y luego a Spokane, Washington.
Las profundas tierras boscosas del Noroeste dejaron una profunda huella en Lynch, proporcionándole los escenarios de Terciopelo azul, Twin Peaks y su precuela cinematográfica de 1992, Twin Peaks: fuego camina conmigo.
Donald Lynch fue trasladado al este del país; su familia se mudó primero a Durham, Carolina del Norte, y luego a Alexandria, Virginia, donde David asistió al instituto y se interesó por la pintura. Tras graduarse, asistió a la Escuela de Arte Corcoran de Washington y a la Escuela del Museo de Bellas Artes de Boston, antes de ingresar en la Academia de Bellas Artes de Pensilvania en 1966.
Filadelfia, que en ese entonces se encontraba en un estado de decadencia urbana, fue una revelación. La ciudad tenía “un gran ambiente: fábricas, humo, ferrocarriles, restaurantes, los personajes más extraños y la noche más oscura”, dijo Lynch en una entrevista de 1997. “Vi imágenes vívidas: cortinas de plástico sujetas con tiritas, trapos metidos en ventanas rotas”.
Lynch, cuyos lienzos mórbidos y de falsa apariencia infantil fueron creados bajo la influencia de Francis Bacon, empezó a incorporar elementos de películas en sus cuadros. Aunque abandonó la escuela de arte en 1967, se quedó en Filadelfia durante otros tres años, pintando y realizando cortometrajes.
En 1970, recibió una beca del American Film Institute y se trasladó a trabajar en el proyecto de largometraje que terminaría por convertirse en Cabeza borradora. Una película inclasificable que Lynch siempre asociaría con Filadelfia, el filme se centraba en la historia de una joven deprimida y un joven desconcertado con un peinado estrafalario que cohabitaban en una infernal zona urbana industrial de ninguna parte, cuya vida conyugal se hacía insoportable por los maullidos de su horrendo vástago mutante (que se parecía, aunque nunca se identificó como tal, a un conejo despellejado animado).
Con un desarrollo notable, Cabeza borradora estuvo cuatro años en producción y necesitó otros tres para poder consolidar una audiencia. Ben Barenholtz, el exhibidor y distribuidor que fue pionero del cine de medianoche seis años antes con El topo de Alejandro Jodorowsky, estrenó la primera película de Lynch a la hora cero en el Cinema Village de Nueva York a finales de 1977.
Voluptuosamente gris, alucinatoria pero visceral, la película era desconcertante. A pesar de sus nauseabundos efectos especiales, Cabeza borradora parecía demasiado artística para los cines de la calle 42.
Impulsado por el boca a boca del público, el filme se proyectó en el Cinema Village durante el verano de 1978, luego se volvió a estrenar a medianoche a unas cuadras de distancia y un año más tarde en el Waverly (el local que incubó el culto a El show de terror de Rocky) donde, adoptada por un público del centro de la ciudad, se proyectó durante dos años.
Para ese entonces, Lynch había sido descubierto por Hollywood. Mel Brooks le contrató para dirigir El hombre elefante, una película basada en la vida de Joseph Merrick, un hombre gravemente deformado que se convirtió en una celebridad en Londres a finales del siglo XIX, para su empresa Brooksfilms. A pesar de su sobriedad en comparación con Cabeza borradora, la película contenía varios momentos —sobre todo el vals de terror cuando Merrick es atrapado y desenmascarado en el urinario de una estación de tren— que dieron a Lynch rienda suelta para desplegar sus dotes.
Éxito tanto comercial como de crítica, cosechando ocho nominaciones en los Oscar, El hombre elefante dio lugar a un encargo más elaborado. El productor Dino De Laurentiis contrató a Lynch para adaptar Duna, la novela de culto de ciencia ficción de Frank Herbert, después de que fracasaran varios intentos anteriores.
La novela Duna fue una influencia para La guerra de las galaxias de George Lucas, pero si De Laurentiis esperaba otro popular filme galáctico, quedó decepcionado. Con sus efectos especiales primordiales e impresionantemente desagradables, Duna (1984) no era un espectáculo para niños de sábado por la tarde. Tampoco era una película artística.
“No hay rastros del Hombre elefante de Lynch”, escribió Janet Maslin en su crítica de The New York Times, “pero el morbo de su Cabeza borradora aparece en el desagrado y el gore que distinguen a muchos de los villanos de la historia”.
Aunque Duna fue un fracaso comercial, De Laurentiis financió la siguiente película de Lynch, Terciopelo azul. Estrenada a mediados del segundo mandato del presidente Ronald Reagan, Terciopelo azul puso patas arriba el lema de la campaña de Reagan que era “Buenos días en Estados Unidos”. Una mezcla fascinante de patología cruda y dulzura kabuki, la película, el primer proyecto personal de Lynch desde Cabeza borradora, expuso sin piedad la depravación que se ocultaba tras una fachada de postal de tiendas, campos de fútbol y sótanos de recreación.
El núcleo de la película, protagonizada por Isabella Rossellini, Dennis Hopper, Laura Dern y Kyle MacLachlan, en ocasiones alter ego de Lynch, es una escena de sexo de 20 minutos repleta de voyerismo, violación, sadomasoquismo, castración implícita, todo tipo de abusos verbales y físicos, fetichismo elaborado y una perversión ritualizada para la que no existe nombre.
Aclamada y denostada a la vez, Terciopelo azul fue rechazada por el Festival de Venecia. La continuación de Lynch, apenas menos controvertida, Salvaje de corazón, protagonizada por Dern y Nicolas Cage en el papel de una joven pareja a la fuga en el suroeste estadounidense, ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes de 1990.
Ese mismo año, Lynch consiguió un triunfo aún mayor al conquistar la televisión con Twin Peaks, una inquietante y a menudo desconcertante investigación sobre la muerte de la reina del baile de graduación de una secundaria. Incluso más que Terciopelo azul, Twin Peaks (realizada en colaboración con Mark Frost) bullía de personajes estrambóticos y, como en cualquier película de Lynch, extrañamente ordinarios, incluido un honesto y recto investigador del FBI (MacLachlan).
Sensación casi instantánea, Twin Peaks obtuvo cinco nominaciones a los premios Emmy por su primera temporada. Su misterio se disipó cuando se reveló la identidad del asesino a un tercio de la segunda temporada. Sin embargo, la serie siguió adelante, con grandes pérdidas de espectadores, durante los 13 episodios siguientes.
Lynch hizo una precuela de Twin Peaks llamada Fuego camina conmigo (1992). Invirtiendo la premisa de la serie, la película situaba a la chica asesinada en el centro del escenario en un drama autorreferencial de desenfreno adolescente repleto de violación, incesto y vudú. “No es la peor película jamás hecha; solo lo parece”, escribió Vincent Canby en The New York Times. (Lynch tuvo mejor suerte cuando él y Frost resucitaron Twin Peaks en 2017, retomando el suspenso que puso fin a la serie original un cuarto de siglo antes, aunque reteniendo al estelar agente del FBI de MacLachlan hasta el episodio final).
Después de Fuego camina conmigo, Lynch se acercó peligrosamente a la autoparodia con Carretera perdida (1997), una evocación seria, tiernamente adolescente y enérgicamente siniestra de la maldad rockabilly escrita con Barry Gifford, un aficionado al cine negro cuya novela sirvió de base para Salvaje de corazón. A continuación, Lynch dio marcha atrás con una premisa tan descaradamente agradable que podría haber avergonzado incluso a Steven Spielberg. En Una historia sencilla (1999) dramatizaba la historia real de Alvin Straight (interpretado por Richard Farnsworth), un hombre de Wisconsin de 73 años que manejó un cortacésped John Deere por 386 kilómetros (a ocho kilómetros por hora) para visitar a un hermano distante.
La creación de una obra maestra
Dos años después, Lynch volvió con bríos al rodar el thriller erótico Mulholland Drive, traducida en partes de Hispanoamérica como Sueños, misterios y secretos. Nombrada como mejor película de 2001 por el Círculo de Críticos Cinematográficos de Nueva York, Mulholland Drive fue elogiada incluso por Roger Ebert, detractor de Lynch durante mucho tiempo. Ampliamente considerada como la obra maestra de Lynch, ocupó el octavo lugar en la encuesta Sight and Sound de 2022 sobre las mejores películas de todos los tiempos.
Mulholland Drive se desarrolla en una versión de Los Ángeles que es seductora y maligna a la vez. Creada a partir de las ruinas de un piloto de televisión rechazado, la película trata de las desventuras de dos aspirantes a estrellas de cine, una oscura y misteriosa (Laura Elena Harring), la otra rubia y alegre (Naomi Watts). El ambiente es ultralynchiano. Un estruendo ominoso subraya el delirio siniestro, mientras la película pasa de un violento sinsentido a otro, tomando literalmente la noción de Hollywood como una fábrica de sueños.
La idea de la industria cinematográfica como una conspiración oculta es aún más evidente en El imperio (2006), una película que Manohla Dargis, al reseñarla para The New York Times, caracterizó como la “gemela malvada” de la película anterior.
De hecho, voluntariamente abstrusa, El imperio casi se niega a ser una película. Tras comparar el medio cinematográfico con “un dinosaurio en un pozo de alquitrán”, Lynch la rodó poco a poco con una videocámara DV de aficionado, incorporó material de una comedia web con marionetas de conejo y una entrevista de 70 minutos con su estrella, Dern. Siendo la película más experimental de Lynch desde Cabeza borradora, El imperio meditaba sobre el poder de la grabación. Un filme anodino e inescrutable, además de un homenaje a Dern, quien aparece en pantalla en todo momento, El imperio carece de lógica aparte de su carácter cinematográfico.
Esa película, que Lynch estrenó por sus propios medios, sería su último largometraje. En 2011, creó un club privado para socios ubicado en París al que llamó Silencio, por el cine inquietantemente vacío de Mulholland Drive en el que Rebekah Del Rio canta, a capella, su versión en español de “Crying”, la canción de Roy Orbison. El club está situado en la calle Montmartre, en un sótano donde Émile Zola supuestamente escribió “J’accuse”. Se abrieron otras sucursales en Ibiza (España), en Art Basel (Miami) y, en 2024, en Nueva York.
En 2014, el alma mater de Lynch, la Academia de Bellas Artes de Pensilvania, presentó una retrospectiva completa de sus pinturas, dibujos, grabados y ensamblajes titulada El Campo Unificado. Aunque admitía que las películas de Lynch estaban más elaboradas que su arte gráfico, el crítico Ken Josephson escribió en el Times que “los completistas de Lynch” encontrarían en la exposición “una muestra fascinante e imprescindible”, digna de mención por revelar la influencia de Francis Bacon.
Lynch se casó cuatro veces. Sus esposas fueron: Peggy (Lentz) Reavy, Mary Fisk, Mary Sweeney y Emily Stofle, y tuvo un hijo con cada una de ellas. Entre sus matrimonios con Fisk y Sweeney, mantuvo una larga relación con Rossellini. Su hija Jennifer Lynch también es cineasta.
No se dispuso inmediatamente de información completa sobre los supervivientes de Lynch.
Colega generacional de otros directores influyentes —como George Lucas, Martin Scorsese, Steven Spielberg—, Lynch no pertenecía a ninguna contracultura salvo a la suya propia. Para nada un exhippie, fue invitado en dos ocasiones a la Casa Blanca de Reagan, aunque no hay pruebas de que el presidente, quien era famoso por estar al día con las películas de Hollywood, proyectara Terciopelo azul en Camp David.
Incluso más que Lucas, cuyo primer éxito fue American Graffiti, Lynch tenía un interés permanente en la cultura juvenil de su adolescencia, jugando repetidamente con los estereotipos de género y utilizando la música popular de principios de la década de 1960. Sin embargo, más que nostálgico, su enfoque era radicalmente desfamiliarizador.
Lynch tenía su propio sentido de Hollywood. Mientras Lucas recordaba que la primera película que vio fue Cenicienta, el largometraje animado de Disney, y Spielberg declaraba que la suya fue el espectacular circo de Cecil B. DeMille en El mayor espectáculo del mundo, la película fundamental de Lynch fue Cabalgata de pasiones, un túrgido melodrama de 1952 descrito en The New York Times como “un homenaje sensiblero y empalagoso a la barbería de antaño y a las dudosas felicidades de vivir en una pequeña ciudad estadounidense”. La Gran Ciudad era retratada como una fuente de pecado.
Así como Lynch nunca aceptó de verdad a Hollywood, Hollywood nunca lo apoyó de manera genuina. Sus películas fueron celebradas regularmente por los grupos de críticos y ensalzadas en Francia, donde, 11 años después de su Palma de Oro por Salvaje de corazón, Lynch fue nombrado mejor director por Mulholland Drive. Pero aunque fue nominado varias veces al Oscar, nunca lo recibió.
Después de El hombre elefante, Lucas le pidió que dirigiera El retorno del Jedi. Si hubiera aceptado la invitación, la saga de La guerra de las galaxias podría haber terminado allí mismo en un miasma de rarezas.
Lynch nunca hizo una película de Hollywood convencional y atractiva para el público. Pero en 2022 aceptó aparecer en una: el largometraje autobiográfico de Spielberg Los Fabelman, en el que el enigmático Lynch interpretaba a John Ford, el creador de westerns y viejo cascarrabias del cine estadounidense. Fue un gesto sentimental que solo puede calificarse de lynchiano.
Ash Wu colaboró con reportería.
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