La sombra de la maldición planea sobre Eurovisión 2023 y por partida doble. Nuestra representante en esta edición,
Blanca Paloma, ha repetido hasta cansarse que su intención es «romper la
maldición del flamenco», esa que viene de la fatídica participación de Remedios Amaya. Adelantada a su tiempo, Amaya quedó penúltima en 1993 con ‘Quién maneja mi barca’. Ay, Blanca Paloma. Ay.
La tormenta de culpas que desató aquella actuación de Remedios Amaya, a la que se criticó que apareciera descalza sobre el escenario, no es nada excepcional en
Eurovisión, un concurso que mueve todo tipo de emociones, también de las peores. De hecho, el concurso de la canción más europeo arrastra una
leyenda negra para las cantantes españolas. El gafe es real.
Eurovisión: tres décadas de mala suerte
La mala suerte es el premio seguro que espera a las cantantes españolas que se presentan a
Eurovisión. Esto es algo que ha explicado hasta Taburete, un grupo en las antípodas del concurso de la canción. De los últimos treinta participantes españoles, solo
ocho están en activo en la industria discográfica. Han desaparecido o apenas asoman Manel Navarro, Miki Núñez, El sueño de Morfeo, Lucía Pérez, Daniel Diges, D’Nash, Son de Sol, Las Ketchup, David Civera, Lucía, Mikel Herzog, Marcos Llunas, Anabel Conde…
Si en el mundo de la interpretación es conocido que ganar un Goya predispone a las actrices a una larga temporada en el dique seco (así lo han contado Candela Pena, Marian Álvarez y, este mismo año, Laura Galán), en Eurovisión el
gafe profesional es casi automático. Solo hay que ver dónde han llegado las carreras de cantantes de tanto talento como Lydia, Beth Rodergas, Barei, Alfred García o Blas Cantó. No despegan. O los parones de Pastora Soler y Soraya.
En otros casos, no ha sido la canción sino los shows televisivos los que han mantenido a las cantantes en activo, caso de Rosa López o Ruth Lorenzo. Insistimos: de las últimas 30 candidaturas españolas, solo Edurne y Amaia Romero parecen haber superado la
maldición de Eurovisión. El caso de
Chanel está por ver: la última ganadora española está desaparecida en combate, probablemente tratando de esquivar la maldición eurovisiva que, también, la persigue.
La desaparición de Chanel del ojo público desde su tercer puesto en Eurovisión 2022 es significativa. Apenas la hemos visto en grandes acontecimientos y alfombras rojas desde entonces, una ausencia que siempre se ha explicado por motivos de trabajo. Pero, ¿qué trabajo? Parece que le ha atacado el
gafe de Eurovisión o que, por el contrario, ha optado por desaparecer para desvincularse de esa marca.
Nada le sale bien a Chanel desde Eurovisión 2022
La verdad es que a Chanel no le sale nada al derechas desde que triunfara en Eurovisión. Decepcionó como pregonera del Orgullo LGTBI+ de Madrid: no cantó, le leyó sin gracia y solo estuvo sobre el escenario cinco de los 20 minutos prometidos. Su primera canción, ‘Toke’, recibió todo tipo de
críticas por representar a RTVE en el polémico Mundial de Catar. Su segunda canción, ‘Clavaíto’, junto a Abraham Mateo, no ha sorprendido demasiado.
Chanel no quiso actuar en el Benidorm Fest y, ahora, la BBC no la ha invitado a actuar en la gala de Eurovisión 2023 pese a ser tercera: dicen que por
razones creativas. Más gafes: Chanel se estrenó como chica Disney con el tema principal de Pinocho, pero la película tuvo más críticas que ganancias en taquilla. Tampoco consiguió el papel de Anita en el casting de ‘West Side Story’, la versión de Steven Spielberg (no se podía saber). Sin embargo, se bajó del papel principal de ‘Malinche’, el musical de Nacho Cano.
‘Cover Night’, el programa de versiones donde Chanel se ha estrenado como jurado, es de momento un
fracaso de la audiencia. Pudiéramos pensar que la polémica persigue a Chanel, pero lo cierto es que es
Eurovisión la que necesita del alto voltaje emocional para sobrevivir. Tanto se promueve el desparrame emotivo desde la organización, que este puede terminar hundiendo la moral de los mismos cantantes.
Cada fase del concurso se retroalimenta del amor y el odio, aunque no a partes iguales. Tanto, que los fans llegan a ser
crueles para defender a sus ídolos y atacar a los cantantes que no son ‘de su cuerda’. Por si el drama de los eurofans no fuera suficiente, multiplicado además por el potencial viral de las redes sociales, un nuevo elemento viene a aumentar aún más el alto voltaje afectivo y la inversión emocional en el concurso: las apuestas.
El gran negocio de las casa de apuestas, ahora también enfocado en Eurovisión, No solo incrementan la intensidad al perder o ganar en función de si unos cantantes son ‘buenos’ o ‘malos’, sino que se pueden
manipular para que se conviertan en instrumento de marketing. Pero si en el público hay tensión, en la organización no falta nerviosismo.
La terrible tensión de las delegaciones en Eurovisión
Los equipos se juegan mucho, no solo en términos de reputación sino económicos, y un espectáculo que juega a la levedad de la frivolidad se vive, desde el punto de vista profesional, como un drama. La
desesperación por quedar bien es tan grande, que las presiones circulan casi sin filtros. Chanel confesó este mismo año que la presión en la delegación española en 2022 fue insoportable.
Por supuesto, la leyenda negra se extiende al polémico sistema de voto, que este año vuelve a cambiar para dar más protagonismo al voto popular. Varios países han sido sospechosos de
comprar votos de forma masiva, repartiendo masivamente tarjetas SIM en países con poca población para tratar de ganar en el televoto popular.
Las artimañas que pueden inventarse para llevarse los votos en Eurovisión son incontables: cada año existen dudas de tongo. Sin embargo, es dudoso que influyan tanto como las simpatías y
antipatías históricas entre países. En Eurovisión, el amor y sobre todo el odio es más fuerte que el dinero.
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