Como cualquier influencer que se precie, Laura Escanes ha ido a La Resistencia y se ha grabado llorando. Por separado, entiéndase. La lágrimas de la catalana eran por alejarse de su hija (no por sentarse ante Broncano). Al menos tuvo la decencia Escanes de no grabarse llorando por las guerras del mundo. “Reacciono ante imágenes de Gaza” como título del vídeo. Hay unos cuantos de esos ya. Y todos dan ganas de cerrar internet para siempre. Jamás habríamos anticipado el nivel de narcisismo que crearían las redes sociales. Que los vídeos de gente viendo cosas y reaccionando a ellas (histriónicamente, claro) sean ya un género propio es demencial pero está asumido. Hay hasta vídeos de gente reaccionando a sus propios vídeos reaccionando a otras cosas. Videorreacción de mi videorreacción. El futuro era esto.
Se ha establecido un canon de las cosas que debe hacer cualquier influencer. Comprar muchas cosas y enseñarlas (haul), comprar cosas celebrity.land y sacarlas de la caja (unboxing), enseñar la casa (house tour), dar cursillos de chorradas (tutorial) y no plantearse en ningún momento que los premios Ídolo son un chiste. La Met Gala de los niños. Los que eran prácticamente eso (niños) cuando se convirtieron en estrellas en la red, ahora están un poco desorientados. Algunos tienen ya hijos y más de uno (más de una) amaga con colgar la rutina de cuidados (skincare) de sus lactantes. Veo en la tele a una de Tarragona a la que acusan de convertir la comunión de su hija en un circo grotesco para colgarlo en la red. Como si el resto de sus publicaciones en Instagram fuesen muy distintas. Las lágrimas de Laura Escanes son “contenido”, la comunión hortera de la hija de otra es “contenido” y hacerse una foto sin maquillaje (Dulceida) es revolucionario. Pero las miramos y hablamos de ellas, que es lo importante. Otra palabra que ya no significa nada: “importante”.
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